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Pedro infante

Pedro, Perico, Pedrito, don Pedro... A lo largo de su vida Pedro Infante Cruz fue llamado de múltiples formas por sus familiares, amigos y admiradores. Pero si hubo tres nombres significativos en la vida de este actor y cantante mexicano hoy convertido en leyenda fueron los de Pedro Infante, su nombre artístico, el de Comandante Cruz, como se hacía llamar cuando dejaba de ser una estrella y se entregaba gozosamente a su otra pasión: el pilotaje de aviones; y Pedro, un tercer nombre que se convirtió en un privilegio que nunca jamás ningún actor ni cantante ha podido conseguir después de él.
Con sólo pronunciarlo todo el mundo en su época sabía exactamente de quién se estaba hablando: de Pedro Infante, por supuesto, ¿de quién si no? Pedro Infante Cruz nació el 18 de noviembre de 1917 en el bello puerto de Mazatlán, Sinaloa, en la costa oeste de los Estados Unidos Mexicanos, en la casa número 88 de la calle Constitución. Era hijo de Delfino Infante y María del Refugio Cruz, el tercero de los quince hijos que el matrimonio engendraría, aunque seis morirían a muy tierna edad. A mediados de los años 20 se mudaron a Guamúchil (Sinaloa) debido al oficio del progenitor, músico que sobrevivía a duras penas tocando en bandas y orquestas de los pueblos, en una vida errante que impondría duras condiciones de vida a su familia. De esta ciudad guardaría Pedro un buen recuerdo, porque por fin vivió estable y asentado durante bastante tiempo. Por ello tomó de esa población el sobrenombre con el que fue posteriormente conocido, El Ídolo de Guamúchil. Cursó con muchas dificultades los estudios hasta 4º grado, faltando demasiado a menudo a clase, y finalmente abandonó la escuela a los diez años para emplearse como mandadero en “Casa Melcher”, en un intento de ayudar económicamente a su familia. Este acto loable provocaría que años después, en sus primeros rodajes cinematográficos, se hiciera leer los textos para poder aprenderlos de memoria, ya que le resultaba difícil la lectura de los mismos. Así lo atestiguan quienes lo conocieron en sus inicios en el cine. Su siguiente empleo fue dos años después como aprendiz en la carpintería de don Jerónimo Bustillos, en Guamúchil, que le proporcionaría dos de las futuras características del Pedro estrella de cine y de la canción: el oficio de carpintero, que reflejaría posteriormente en la trilogía Nosotros los pobres 1947, Ustedes los ricos 1948 y Pepe el Toro 1952, y la posibilidad de iniciarse en la música y en el dominio de los instrumentos musicales gracias al hijo del maestro Bustillos, Jesús. Allí, en el taller, construye su primera guitarra, de torpes hechuras y peor calidad de sonido, pero que le permitiría aprender a dominar su arte. Y también ésta es la época en la que aprende otra de sus aficiones más peculiares: el oficio de barbero, que ejerció en el establecimiento de don Policarpo Lizárraga, en Rosario. Esta habilidad provocó más de una sorpresa entre los visitantes que entrarían, años después, en su famosa Ciudad Infante de Cuajimalpa, la titánica mansión diseñada por él mismo para acoger a todos sus familiares y que poseía un salón de barbero donde era obligada la estancia hasta haberse dejado el pelo a manos de un sonriente Pedro Infante. Pedro, en su deseo de progresar en el mundo de la canción, sigue tomando lecciones de música de cuantas personas le rodean y le pueden ayudar. Así, Carlos R. Hubbard, a quien conoció en Rosario y que le había guiado en el arte de la guitarra, le da ahora lecciones de música, conocimientos que le facilitan que a los 16 años forme con su padre la orquesta “La rabia”, donde toca la batería y la guitarra en antros de dudosa reputación, pero que lo enfrentan por primera vez al público y, sobre todo, a un público no muy dispuesto a valorar el trabajo del artista, más atento a sus propias borracheras, diversiones y trifulcas que al esforzado hacer de un cantante que en una sola noche llegaba a interpretar más de 200 canciones, a 2 pesos cada una. Probablemente fue en todas aquellas sesiones donde observó con su habitual meticulosidad a los borrachos y demás personajes que frecuentaban aquellos garitos, y de los que posiblemente aprendió los gestos y actitudes que después popularizó en sus múltiples interpretaciones de borracho en sus películas y canciones posteriores, y que han llevado a la crítica a definir a Pedro Infante como uno de los más hábiles actores a la hora de representar ante las cámaras y los micrófonos todos los grados y matices de una buena borrachera. La obligada itinerancia de la familia Infante los llevó en 1937 a Culiacán, donde su más prestigiosa orquesta, “La estrella de Culiacán”, contrata a Pedro como cantante (crooner), violinista y baterista. También consiguió trabajo diario en la estación de radio XML La Voz de Sinaloa, donde se evidenció su gusto por el bolero. 1937 es un año importante también porque, además, conoció el 31 de mayo en un baile amenizado por su orquesta a una de las personas más decisivas en su futuro como estrella: María Luisa León, mujer de cautivadora belleza a la que dedicaba canciones desde la emisora, rondaba con su bicicleta y cantaba canciones acompañado de su guitarra, que había bautizado con el nombre de Guamuchileña. Pero no había sido la primera mujer de su vida: años antes había conocido a la maestra Guadalupe López, con la que tuvo una hija. No se casaron, y la niña quedó al cuidado de Conchita, hermana de Pedro.
Sin embargo, María Luisa supuso un antes y un después en la vida y la carrera de Pedro Infante. Mujer de mente y de ideas claras, ser cinco años mayor que él supuso, junto con otras razones, el rechazo a su relación por ambas familias, lo que obligó a un cortejo y un noviazgo en secreto durante dos años. La confianza absoluta que mostraba María Luisa en las posibilidades de Pedro, al que siempre apoyó con firmeza, los lleva a huir a México capital para tratar de impulsar la carrera musical de Pedro. Primero marcha ella en mayo de 1939, fingiendo buscar un remedio contra un supuesto ataque de paludismo, y él la sigue al poco con los ahorros de su madre y sin decir en casa con quién y a qué se marchaba a la capital. Viven en un cuartucho en la calle Ayuntamiento 44, paradójicamente a pocos metros de la prestigiosa radiodifusora XEW donde años después Pedro sería asediado por cientos de seguidores en sus actuaciones para el serial en vivo Ahí viene Martín Corona. Se casan por lo civil el 19 de junio de 1939, y poco después, el 1 de julio, en la Catedral Metropolitana por ceremonia religiosa, sin que acudan a ninguno de los dos actos nadie de sus respectivas familias. Fueron tiempos muy duros: no había dinero casi ni para lo esencial; estaban solos en la gran ciudad; comían frijoles y café una sola vez al día en el café Florencia... Posiblemente el recuerdo de estas penurias alimenticias que vivió en sus primeros años en Méjico capital, unidas a las estrecheces económicas de la familia Infante durante su infancia y adolescencia, generaron en Pedro ese afán desmesurado por la comida, que se puede ver sin actuación alguna en A Toda Máquina y Qué te ha dado esa mujer (ambas de 1952) con un Pedro Chávez Pérez devorando casi sin respirar bocado tras bocado en un alarde de voracidad insólita. Pero no se permiten claudicar. Pedro, aconsejado por María Luisa, estudia en el Conservatorio para perfeccionar sus conocimientos musicales: prueba de lo aprendido es la maestría que demostrará con el violín en escenas de Los tres huastecos 1948 o en la interpretación del maestro Juventino Rosas en Sobre las olas 1950, donde la crítica se ensañó duramente con él durante el rodaje al saber que “un mariachi iba a dirigir a la Sinfónica Nacional” a pesar de que preparó con esmero y profesionalidad este reto interpretativo, o la maravillosa interpretación a punteo de guitarra de El cobarde en Islas Marías 1950, o en el solo de violín de La tertulia en la película Dos tipos de cuidado 1952. Al tiempo, acude a pruebas y pruebas en emisoras de radio con la esperanza de encontrar un empleo que les permita salir de aquella vida miserable, pero, a pesar de que ensaya duramente con la propia María Luisa para vencer su timidez y sus nervios, no es capaz de ser aceptado en ninguna de ellas. En una de estas audiciones de agosto de 1939, el director musical de la XEW, Armando Guzmán, lo rechaza aconsejándole que vuelva otra vez a su oficio de carpintero. A pesar de todo, dos son los pilares donde se asienta su resistencia al derrotismo. El primero, de nuevo, la fe ciega de María Luisa en el talento de Pedro lo sostiene y anima en sus horas bajas, y él tiene siempre en ella un constante empuje para seguir adelante. Es este apoyo el que le anima a seguir presentándose a pruebas, y así consigue que el profesor Ernesto Belloc le dé clases de canto para pulir sus agudos, que se parecían ridículamente a una trompeta estridente. Belloc definiría a Pedro como un hombre con un altísimo sentido de la responsabilidad y con un encomiable deseo de esforzarse y mejorar. El segundo pilar en el que Pedro se refugia en estos tiempos de tempestad es el estricto régimen de ejercicio físico que lo hace seguir una rutina invariable todos los días, y que será ya habitual en él cuando sus circunstancias profesionales se lo permiten: se levanta a las 5 de la mañana, corre durante un tiempo, hace ejercicio para tonificar sus músculos, nunca prueba el alcohol... Y por fin la suerte les sonríe: Pedro consigue un contrato con la radiodifusora XEB para cantar a diario desde el Teatro Juventino Rosas, con un sueldo de 3 pesos por programa. Sin embargo, las penurias económicas y anímicas que Pedro ha tenido que soportar hasta el momento hacen mella en él: en uno de estos programas desafina en el segundo número y, cuando va a ser reprendido por el director, Pedro se desmaya, consumido por la alta fiebre, en torno a los 40 grados centígrados.
Estaba física y moralmente agotado, pero no tenía ni tiempo ni dinero para medicamentos y mucho menos para descansar. El doctor de la Cruz Roja que lo atiende, conmovido, no le cobra sus servicios ni las medicinas que le suministra hasta su total recuperación. Y por fin, en 1940 son dos los nuevos contratos, el primero como cantante del club nocturno Waikiki, y, sobre todo, el que le ofrece el prestigioso y concurrido Hotel Reforma como director y cantante de su orquesta en el cabaret Tap Room, ganando ya 100 pesos al día, aunque no abandona sus clases de música y de canto del Conservatorio, ni deja de ensayar en casa bajo la disciplinada y exigente tutela de María Luisa para mejorar su dicción y su expresión corporal en el escenario. Empieza entonces a ser ojeado por los manufactureros del cine mexicano: el productor y director de cine Joselito Rodríguez buscaba una estrella para su película ¡Ay, Jalisco, no te rajes! Pedro hizo la prueba, pero no se le dio el papel por ser un desconocido sin tablas. Será Jorge Negrete el elegido finalmente para protagonizar esta película de enorme éxito, y Pedro sufre una de sus mayores y más dolorosas decepciones. Se centra, por tanto, en la música y consigue contratos para realizar una gira por México y otra por los Estados Unidos de América que se amplía en su duración inicial gracias a su buena aceptación entre el público, obteniendo gran éxito y mayor remuneración económica cada vez. La ocupación en el Tap Room será la que lo llevará al mundo del celuloide cuando varios productores de cine del momento, acompañados por el maestro Manuel Esperón, recalan en el Reforma a la búsqueda de una nueva estrella. Pedro gusta: son muchas las horas de ensayo con María Luisa para perfeccionar su mímica y su dicción, y los resultados empiezan a verse, ofreciéndosele pequeñas intervenciones que lo van introduciendo en el mundo del cine. En 1942 actúa en sus primeros papeles con cierta envergadura, lejos ya de los papelitos de extra o de reparto realizados hasta entonces. En La feria de las flores no es todavía estelar, pero su presencia se hace notar y consigue que le sigan llamando para otras películas; con Jesusita en Chihuahua aprende a perder el miedo a la cámara y también adquiere nociones básicas de cómo ser un actor creíble gracias a los consejos de René Cardona, protagonista y director de la cinta; en La razón de la culpa han de doblar su marcadísimo acento norteño al no poder hablar como el ciudadano español que interpreta en la pantalla. Sigue asistiendo a clases para perfeccionar su técnica vocal y el manejo de los instrumentos que domina (guitarra, violín, piano), y al tiempo estudia y planifica sus guiones junto a María Luisa en la intimidad del hogar. Su primer papel estelar lo conseguiría con Cuando habla el corazón, de 1943, película que todavía hoy ostenta un récord difícil de superar: fue la película que menos tiempo duró en cartelera en toda la producción cinematográfica mexicana, ya que aguantó un solo día en el cine Iris. Mal comienzo para un Pedro que le empezaba a coger gusto a aquello del cine. Tampoco tuvo buena aceptación en la segunda parte de Jalisco, no te rajes, del mismo año, y que fue titulada esta vez El Ametralladora, protagonizada por Infante cuando Jorge Negrete se negó a interpretarla repitiendo personaje: en una escena dramática, toda la audiencia se echó a reír a carcajadas ante la actuación de Pedro, que, para su pesar, había acudido al estreno de la película con su esposa. También de esta época es Viva mi desgracia, de 1943, una película curiosa porque presenta a un Pedro que nunca volverá a repetirse, un todavía no curtido actor que intenta salir a flote en un género que aún no se había consolidado, la comedia ranchera. Pero lo más llamativo es, a modo de curiosidad, su peinado, con raya a la derecha y flequillo cayéndole a la izquierda, poco antes de que encontrase su definitiva imagen del tupé bien arreglado y ajustado en la parte alta de su frente. Las cosas no iban bien, ciertamente: aunque económicamente hablando su caché subía a cada nueva película que rodaba, ahora que ya había dejado el Tap Room por el cine y sus giras y actuaciones, Pedro se exigía a sí mismo mucho más que sólo recibir un salario. A pesar de su empeño, no son películas que lo signifiquen dentro del mundo cinematográfico. Años después, en el homenaje que Televicentro dedicó a Ismael Rodríguez en 1956, el propio Pedro explicaría así sus comienzos en el cine: “Bueno, yo entré en el cine, pero yo me sentía muy triste porque nunca le atinaba a nada. Entonces, en el camino, me encontré con Ismael Rodríguez [...] Entonces encontré que allí estaba el camino por el cual podíamos hablarle al público, por el cual nos identificamos él y yo. Y francamente esta carrera... yo soy... pues... yo como actor soy muy malo, porque ni yo mismo me aguanto...[Pedro se ríe levemente un poco avergonzado de sí mismo]. Por eso le agradezco más al público... Pero entonces él me dio la carrera, él me enseñó, y creo que, así como a mí me ha enseñado a hablar ante la cámara, ante el público, ha enseñado a varios compañeros míos.” Pedro empieza a disfrutar de la vida, lejos ya de aquellas penurias y situaciones angustiosas que lo llevaron al colapso nervioso que lo hizo desmayarse de debilidad. La vida con María Luisa había alcanzado por fin la calma y placidez de un matrimonio sin apuros; sus amigos empiezan a disfrutar de lo que será su proverbial generosidad, como cuando los avitualla a todos con uniformes, guantes, bates y demás material para poder equiparse como un equipo de béisbol completo y con quienes se integra en partidos emocionantes en los alrededores de su casa... Pedro comienza a gestarse, quizá todavía de una manera inconsciente, como la estrella rutilante que deslumbraría años después. 1943 supone un cambio radical en el futuro musical de Pedro Infante: la casa de discos Peerless, modesta en comparación con los gigantes del momento, cree en las posibilidades de Pedro y le ofrece en octubre un contrato de exclusividad. Pedro entrará en la nómina de artistas de la casa dominando el bolero, la canción ranchera y la balada, y consiguiendo además un éxito insospechado con sus grabaciones en noviembre de los valses Rosalía y Mañana, que reportaron pingües beneficios a la compañía. En el terreno cinematográfico, dos años después conocerá al realizador que elogiara en la cita arriba expuesta: Ismael Rodríguez, un joven director formado en los Estados Unidos de América, de familia relacionada con el cine de detrás de las cámaras (sus hermanos productores y directores habían ofrecido a Pedro Infante un contrato de exclusividad, algo inusual en el cine del momento) y que conoce el oficio desde dentro, puesto que entró a trabajar como sonidista y de ahí fue ascendiendo. La película Cuando lloran los valientes 1945 reúne por primera vez un formidable trío de ases: Ismael, Pedro y una jovencísima pero muy prometedora y talentosa actriz, Blanca Estela Pavón. Esta comedia ranchera consolida en su estreno años después la magia que existía entre estos tres profesionales, que repetirían su colaboración en las que se convertirían en las películas icono de Pedro en los años 40: Vuelven los García 1946, Nosotros los pobres 1947 y su continuación Ustedes los ricos 1948, Los tres huastecos 1948, y la última película juntos, La mujer que yo perdí 1949. A juicio de la crítica, Blanca Estela Pavón fue la “primera y única compañera de rodaje que lo estimuló a superarse”. De hecho, con ella aprendió a mejorar su técnica vocal y sus maneras de actuar. Y su amistad fue profunda y sincera. Pero antes de alcanzar la fama en el cine en este crucial año de 1946, Pedro empieza a sufrir los primeros altibajos en su vida conyugal. María Luisa no puede tener hijos, y Pedro tiene un afán desmesurado por sentirse padre, viéndose obligado a volcar su amor paternal con sus sobrinos, a los que adora. Esta circunstancia debió trastocar la comunicación matrimonial, porque derivó a una peculiar manera de relacionarse, generándose un juego singular entre marido y mujer: el “bebé Pedro”. Cuando él llegaba a casa sin poder dar una explicación coherente a su tardanza, fingía ser un niño que lloraba y echaba la culpa de todo a su “papá Pedro”. Carantoñas y voces tiernas de Pedrito conseguían que María Luisa no se enfadara con él. Y ella fomentó este segundo Pedro, al que cariñosamente llamaba “mi nene”. Este juego de ternuras y morritos infantiles debió ser algo parecido a lo que se puede ver en escenas de Nosotros los pobres, cuando le pide “besotes” a su Chorreada, o en Dos tipos de cuidado, cuando convence a su mujer para que vaya a la fiesta de cumpleaños de Jorge Bueno. En un intento de agradarlo y de retenerlo a su lado, María Luisa propone adoptar a Dora Luisa, que se dijo hija de una hermana de Infante y a la cual no podía atender. Pero lo cierto es que el matrimonio de Pedro y María Luisa empezaba a deteriorarse, hecho que se agravó cuando le llegó el éxito, donde “viejear”, es decir, interesarse por otras mujeres, fue algo que Pedro no supo, o no quiso, ¿quién sabe?, controlar. 1946 supone el año de la consolidación definitiva de su éxito popular con Los tres García y su continuación, Vuelven los García. El personaje del seductor sinvergüenza, pícaro pero de buen corazón, el macho mexicano tierno y dulce con las mujeres y amigo del mezcal y la cantina que tantas veces interpretó posteriormente ya había nacido y se había instalado en el corazón del público. Esa sería su rampa de lanzamiento al firmamento de las estrellas del celuloide mexicano. Incluso se beneficia de que el maestro Manuel Esperón escriba la que sería la primera canción compuesta pensando exclusivamente en él, Mi cariñito, que, gracias a la búsqueda por parte de Ismael de un estilo propio de actuación para Pedro al cantar sus canciones, se convertiría en el gran éxito del momento y de años posteriores. Pedro empezaba a definirse como actor, empezaba a interpretar sus canciones alejándose de la poderosa sombra del gran ídolo del momento, Jorge Negrete, del cual lograba diferenciarse y definirse. El éxito será ya rotundo y ya imparable con Nosotros los pobres 1948 y Ustedes los ricos 1949 gracias al personaje del entrañable y tozudo Pepe el Toro, que se convierte en el representante de toda la enorme masa de población que había emigrado a la capital huyendo de la pobreza y penurias de las zonas rurales. Este contundente y tierno carpintero, orgulloso de su barrio, su gente y de su condición y acento marcadamente chilango (característico de las clases sociales urbanas más pobres y humildes), fue la personificación de todos aquellos hombres y mujeres que vivían en la más absoluta miseria pero que se consolaban en la beatitud tantas veces insistida en la película de la honradez y espíritu inmaculado de los pobres. Aunque la película es actualmente considerada por la crítica como idealista en su representación del mundo de los humildes, no se le puede negar una calidad muy encomiable en su factura y en las interpretaciones de sus protagonistas, tanto de Pedro como de Blanca Estela, así como de los personajes corales que conforman el universo de Pepe el Toro. Y actualmente sigue siendo muy valorada por la crítica y por el público: de hecho ocupa el puesto 27 dentro de las 100 mejores películas hechas en México desde los inicios de su cine. Ya el propio Pedro debió intuir lo que esta película significaría para la posteridad porque su canción por excelencia, Amorcito, corazón, no se apartó de su mente desde entonces. A modo de curiosidad, es llamativo ver cómo ésta es la canción que tararea silbando en la entrevista informal en el set de rodaje de Los tres huastecos que se menciona en el siguiente párrafo, o también en la película Angelitos negros 1949, cuando regresa a su casa cargado de paquetes tras haber ido de compras con la que será su esposa. O también es significativo que fuera ésta precisamente la canción que la multitud coreó en su sepelio, tal fue el impacto que causó el personaje de Pepe el Toro entre los admiradores de Pedro Infante. Los tres huastecos 1949, con un triplete de Pedro en los tres papeles estelares lo consolidan como actor cara al público, pero sobre todo lo consolidan a sí mismo como alguien que puede hacer algo más que tirar de una pistola vestido de charro. En una entrevista informal concedida en los estudios de cine, Pedro afirma: “…ya te darás cuenta del paquete que tenemos aquí mi director [Ismael Rodríguez] y yo. Pero estoy muy satisfecho, porque son tres papeles estelares y completamente distintos”. Pedro e Ismael se esforzaron al máximo por diferenciar la caracterización de estos tres hermanos, pero si alguien se lleva sin lugar a dudas el premio es Lorenzo “Coyote” Andrade, quizá el personaje más difícil de perfilar, con un carácter algo sombrío muy alejado del natural de Pedro: de ahí que sea encomiable el esfuerzo realizado por Pedro para trabajarlo bien. Este tipo de personaje nunca jamás volvería a ofrecérsele en ninguna de las futuras interpretaciones de Pedro Infante, cuando muchos directores “facilitaban” a Pedro sus actuaciones con papeles hechos explícitamente a su medida. Una lástima, ciertamente. En el ámbito musical, se multiplican las actuaciones por México, Estados Unidos y Sudamérica. Pedro es querido y requerido en muchos lugares, su nombre ya es conocido y pronunciado con admiración. Admiración que también llegó al sexo femenino, que no supo resistirse a sus encantos de seductor empedernido. A mediados de 1946 conoce a una famosa bailarina, Lupita Torrentera, de apenas 15 años de edad, pero con la que este hombre de 29 años se queda totalmente fascinado. Inicia un cortejo insistente, casi un asedio, que consigue sus fines. De hecho, en septiembre de 1947 nacerá su hija Graciela Margarita, a la que no vio nacer por estar cumpliendo un contrato en Colombia. Tampoco la verá morir aquejada de poliomielitis con tan sólo 1 año y 4 meses de vida, en enero de 1949, puesto que entonces se encontraba en Venezuela, otra vez por motivos profesionales. A su vuelta se obligará a visitar todos los días la tumba de su pequeña. Si el éxito profesional y el amor sonríen a Pedro en estos años, también conseguirá realizar su tercera pasión: volar, un deseo que alimentaba fervientemente desde pequeño: “Yo nací para ser aviador. Debe ser hermoso morir como los pájaros, con las alas abiertas”, decía a menudo. Su primer contacto real con el mundo de la aviación y el pilotaje lo experimentó ya en 1940 al volver de su primera gira fuera de México, en los Estados Unidos de América. En Matamoros hizo amistad con Julián Villarreal, administrador de la compañía aérea TAMSA (Transportes Aéreos Mexicanos S.A.), que le inició en el arte de volar. Nacía entonces ese segundo Pedro, el que completaría su vida y le daría su sentido completo: al Pedro estrella del cine y de la canción habría de unirse el Pedro volador, las dos caras inseparables de la vida de este hombre entregadamente apasionado. A Pedro se le despertó de tal manera ese aviador que llevaba dentro que, en el camino de regreso a casa y ya con dinero para pagarse un buen pasaje, tuvo el privilegio de viajar en la cabina y de ver cómo era en realidad estar a los mandos de un avión. Tal fue el impacto que esta experiencia le causó que a su regreso al hogar no pudo menos que expresarle absolutamente entusiasmado a María Luisa: “Tú me hiciste artista... pero yo nací aviador”, frase que no dejaría de repetir el resto de su vida. A partir de entonces, Pedro Infante se desdoblaría en el Comandante Cruz, el dueño y piloto de avionetas que se le hacían pequeñas en su deseo de sentir aquella misma sensación que experimentó de regreso a casa desde los Estados Unidos de América casi casi a los mandos de un gran aparato. Pero también ahora el destino se hacía notar: en 1946 tuvo su primer aviso cuando sufrió un accidente al despegar con su primera avioneta, mientras se trasladaba desde Guasave (Sinaloa). Las consecuencias fueron leves, pero le dejaron una herida en la barbilla que es perfectamente identificable en bastantes fotos de primer plano que se le sacaron a partir de entonces para promocionar sus discos y películas. El segundo aviso fue el 22 de mayo de 1949. De nuevo, la avioneta que pilota se desploma cuando apenas lleva 20 minutos de vuelo. Esta vez las consecuencias sí fueron graves, no sólo en el aspecto médico, sino en la imagen pública de Pedro, porque no viaja solo: en la avioneta va también su relación sentimental del momento, Lupita Torrentera. Pedro ingresa en el hospital con el cráneo completamente abierto. Tal es la gravedad de la herida que carece de protección ósea en la frente, lateral izquierdo, sufre continuos dolores de cabeza, pérdidas manifiestas de audición y también del equilibrio. Tras una operación de urgencia y muy delicada, Pedro queda en las manos del destino y de su propia capacidad de vencer a la muerte. Las fotos tomadas en el hospital durante la convalecencia, con María Luisa a la cabecera de su cama, muestran a un Pedro con abundante barba y convaleciente al que sólo su enorme fortaleza física lo sacó con bien y sorprendentemente rápido de aquella terrible situación, como reconocería posteriormente su amigo Ismael Rodríguez. Es, por tanto, muy meritorio y digno de alabanza que mantuviera su profesionalidad a pesar de sus males, y que fuera capaz de rodar en julio dos de las películas que la crítica sigue valorando hoy en día como de las mejores en su filmografía y del cine mexicano de todos los tiempos: La oveja negra y No desearás la mujer de tu hijo, donde realiza una convincente y entregada interpretación de Silvano, el hijo abnegado y respetuoso de un déspota terrateniente caprichoso, mujeriego y egoísta. Sólo en 1951, tras el nacimiento de su primogénito varón, Pedrito Infante Torrentera, aceptará que le coloquen una placa de Vitalium a modo del hueso del cráneo que le faltaba. Al indomable Pedro, al hombre “del buen humor constante”, como lo denominó Ismael, aquella experiencia le dejaría visibles secuelas físicas en su frente: véanse los primeros planos de Pedro en la tremendista y claroscura cinta de Emilio “Indio” Fernández Islas Marías 1950, donde se aprecia perfectamente su sien izquierda notablemente hundida e incluso se percibe la mal disimulada cicatriz de lado a lado del cráneo (que tuvo que cubrir hábilmente a partir de entonces con un bisoñé muy caro y hecho exclusivamente para él), o sus primeros planos en la escena de la pelea entre Pedro y Luis de A toda máquina 1951 en el apartamento. Y también le motivó una serie de bromas macabras sobre la muerte que el siempre reidor Pedro solía repetir con su habitual sonrisa abierta: “¿Ven cómo yo tenía razón? Claro que sentí argolla. ¡Pero a mí la muerte me pela los dientes!”. Sin embargo, apenas ocho años después, el aviso se convertiría en realidad: a la tercera va la vencida y la Muerte, esta vez sí, ganó la partida. En lo que se refiere a su imagen pública, trasciende a todos los medios de comunicación su accidente... y la identidad de la mujer que lo acompañaba. Por primera vez la vida privada y secreta de Pedro se conoce a lo largo y ancho de la sociedad del momento, todos comentan lo de su amante, la jovencísima bailarina Lupita Torrentera, el escándalo se asocia al, hasta entonces, inmaculado nombre de Pedro Infante. Y si esto no fuera suficiente, apenas se ha recuperado de su estancia en el hospital y de los comentarios acerca de su doble vida, cuando conoce otra noticia que abrirá otra cicatriz, esta vez incurable, en el alma de Pedro Infante: la compañera de reparto con la que tanto había aprendido, aquélla a quien llegó a denominar años después “mi verdadero amor platónico”, la mujer con la que mantenía una estrechísima relación de muy buena amistad, Blanca Estela Pavón, muere en un accidente de avión el 26 de septiembre de 1949, con apenas 23 años y un prometedor futuro por delante. Pedro participó en el rescate, pero nada pudo hacerse excepto rendirle honores en sus funerales. El golpe fue terrible para Pedro, que sufrió uno de los peores momentos de su vida. Justo ese mismo año, a principios, había rodado con ella la película que fatídicamente anunciaría el trágico evento que ocurriría ese septiembre: La mujer que yo perdí, donde ambos dieron la talla en unas interpretaciones muy adecuadas, con un Pedro en un papel dramático y contenido que anunciaba el estupendo trabajo que realizaría ese mismo año con las dos películas ya mencionadas anteriormente, La oveja negra y No desearás la mujer de tu hijo, arropado por los magníficos hermanos Soler. Blanca Estela Pavón, actriz de talento indiscutible y también muy presente y querida en el corazón del pueblo mexicano desde su interpretación en Nosotros los pobres y Ustedes los ricos (y por cuyo mote se la conocería entre sus admiradores, la Chorreada), parecía predecir el que sería el destino del propio Pedro, que tuvo que sufrir el primero esta dolorosa pérdida. Ciertamente, Pedro la perdió para siempre, aunque también la conservó con enorme cariño en su recuerdo hasta su propia muerte. Pero aún le quedaban los mejores años de su vida, profesional y personalmente hablando. La década de los 50 procurará a Infante un giro sutil en su trayectoria cinematográfica, al colaborar con otros directores que sabrán darle otra perspectiva diferente a sus personajes, cargándolos de tintes más sombríos (Emilio “Indio” Fernández, en Islas Marías, 1950) o más profundos (Las mujeres de mi general 1950 de Ismael Rodríguez, o los trabajos con Rogelio A. Fernández, Un rincón cerca del cielo y su segunda parte Ahora soy rico, ambas de 1952 o La vida no vale nada, 1956, por ejemplo). También rodará en 1951 otra de sus películas más afamadas, A toda máquina y su continuación ¿Qué te ha dado esa mujer?, en el papel del vagabundo Pedro Chávez que asciende a agente de tránsito de la mano de Luis Aguilar, el cual se convierte en su mejor amigo. El éxito de la primera película fue arrasador, e incrementó de nuevo la popularidad de Pedro y el cariño de sus admiradores. Las mujeres querían ser el objeto de su pasión, los hombres intentaban imitar su manera de escupir y de mirar. Todo este fervor cristalizó con la película Dos tipos de cuidado 1952, de Ismael Rodríguez, con las dos grandes estrellas del momento: Jorge Negrete y Pedro Infante. Paradójicamente, eran precisamente sus dos protagonistas los que se mostraban más reticentes a trabajar juntos: Pedro estaba amedrentado por la voz y personalidad de Negrete, y éste estaba impresionado por la popularidad de Infante. Tuvo que intervenir incluso el presidente del país para interceder por la película en cuestión. El éxito fue rotundo: se mantuvo en cartel más de un año, con llenazos en las salas de proyección. Era la película perfecta con los protagonistas perfectos. También éste será el año de otra de sus más populares películas Un rincón cerca del cielo y su continuación Ahora soy rico, en un papel de un perdedor que se hunde primero en la miseria hasta acabar derrotado moralmente y que posteriormente pierde su alma y su decencia cuando por fin consigue ser rico. La primera de estas películas ha sido comparada por la crítica cinematográfica, salvando distancias y metodologías, con ¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life) de Frank Capra, USA 1946, con James Stewart como protagonista. Musicalmente hablando, graba en 1950 la cifra récord de 56 canciones para Peerless. Los que trabajaron con él en el estudio de grabación resaltan la increíble capacidad de Pedro para asimilar las canciones que le presentaban el día mismo de la grabación: “En apenas quince minutos ya se había hecho con la canción, y era capaz no sólo de cantarla como el maestro deseaba, sino de hacerla muy de Pedro”, comentó una vez con sentida admiración uno de los técnicos que asistía a estas sesiones. Entre estas canciones se encontraba Las Mañanitas, que se convirtió en la de mayor venta en toda la historia de la compañía Peerless. Y en lo que se refiere a su vida personal, 1950 trae más novedades: además de las relaciones sentimentales que mantenía con María Luisa y con Lupita Torrentera (que le dará dos nuevos hijos, Pedrito Infante Torrentera en 1950, y en octubre del siguiente año, Lupita Infante Torrentera), inicia un romance con Irma Dorantes, de sólo 15 años de edad (él tiene ya 32) y a la que conoció dos años antes durante el rodaje de Los tres huastecos. Irma será a partir de entonces incorporada en papeles estelares o secundarios en muchas de las películas posteriores de Infante: También de dolor se canta 1950, Necesito dinero 1951, Ahora soy rico 1952, (donde curiosamente se refleja esta situación real de la vida de Pedro Infante, la del marido que seduce a una mujer-niña, le pone piso y la embaraza mientras la esposa recibe cariños, regalos caros y mentiras por parte del adúltero), Los hijos de María Morales y Ansiedad 1952, o Pablo y Carolina 1955, entre otras. En diciembre de 1951 tramita un “divorcio al vapor” a espaldas de María Luisa, quien se entera en febrero de 1952 y responde interponiendo una demanda judicial contra el divorcio. En términos psicoanalíticos existe la teoría de que todo hombre busca una esposa que se ajuste a uno de estos dos modelos: o una esposa-madre, que lo proteja, lo cuide y lo guíe en los buenos y malos momentos, o una esposa-hija, a la que proteger, cuidar y guiar. Pedro consiguió, al parecer, disfrutar de estos dos tipos de cónyuge. Y más allá de estas tres relaciones más o menos estables y duraderas, parece ser que también gozó de amoríos ocasionales acordes con ese espíritu mil amores que tanto asumió en la pantalla. En palabras de su propia madre, Pedro habría dejado tras de sí más de veinte vástagos naturales conocidos por la familia, lo que lleva a comprender la avalancha de herederos que surgieron en México a partir de la muerte del artista, y que llevó a la familia Infante a tener que tomar medidas legales. Pero todavía la vida parece cuidar a Pedro como a un niño mimado. Disfruta de éxito en todos los frentes y de una economía saneada que le lleva a diseñar y construir su mansión de Cuajimalpa, en la carretera a Toluca, donde albergaría a muchos de sus familiares y a las muchas visitas que gustaba recibir, o a sus invitados a los famosos desayunos sinaloenses con que Pedro agasajaba a sus amigos, desayunos en muy buena compañía y con una mesa tan surtida y opípara que la voracidad de Pedro siempre encontraba allí su remedio. La casa, la “Ciudad Infante” como se la conocería en su momento, constaba de un gimnasio completo, carpintería, un teatro, una sala de cine, billar, piscina, incluso una capilla para el culto abierta también a los vecinos y un salón de peluquería, donde todo varón que entraba por sus puertas “sufría” una rapada de pelo a manos de un voluntarioso Pedro. ¿Su disculpa? Siempre la misma: “¿Me perdonas, manito?, pero aquí el que entra se pela, aunque sea pelón de nacimiento”. Su sobrino recuerda alegremente en algunas entrevistas cómo su tío aprendió a cortar bien el pelo a base de experimentar con los miembros de su propia familia, que sufrieron reiteradamente la falta de pericia de Pedro... Y también tiene instalado un simulador de vuelo donde el Comandante Cruz pasa las horas que sus compromisos profesionales no le permiten escaparse a pilotar de verdad su avioneta. Ya rico y sin apuros económicos, su generosidad entonces no conoce límites: era sabida su disponibilidad absoluta a ayudar a los que necesitaban dinero. Así, cuentan que a veces se pasaba el día firmando cheques para su familia y amigos, o para conocidos que lo ayudaron en sus primeros años de penuria en México capital, como el cheque de 10.000 pesos que firmó al antiguo mesero del Tap Room al que encontró casualmente en la calle un día y al que la vida había enfermado de gravedad y condenado a muerte al no poder sufragarse los gastos de la operación que podía salvarle la vida. Pedro le devolvió con su cheque el favor y las atenciones que este hombre le dispensó cuando lo alimentó gratuitamente en sus años duros en la capital. Su ascenso a la fama y la riqueza nunca le hizo olvidar sus orígenes humildes y lo que era padecer penurias en la vida. El 10 de marzo de 1953 se casa con Irma Dorantes en Mérida y en esta ciudad establecerá residencia con su segunda familia, al hallarse allí el centro de operaciones en lo referente a sus vuelos y aviones. María Luisa desvela entonces públicamente el abandono que ha sufrido por parte de Pedro y los amoríos del todavía su marido. Las publicaciones del momento se hacen eco de la vida sentimental oculta de Pedro (Necesito dinero, artículo), Lupita Torrentera termina por carta su relación con Pedro Infante. Las cosas parecen empezar a torcerse. El año acaba aciago con la muerte del gran ídolo de Pedro, a quien admiraba profundamente y por el que llorará con sentimiento en su funeral: Jorge Negrete fallece el 5 de diciembre. Pedro, nombrado Comandante de la Corporación de Motociclistas de Agentes de Tránsito gracias a su labor en A toda máquina, encabeza el cortejo en su motocicleta y con su uniforme reglamentario. Pero la vida sigue. 1954 le dará hondas satisfacciones. Crea con su amigo y productor Antonio Matouk su propia productora, la Matouk Films, que se estrenará con una película de calidad: El mil amores, 1954, protagonizada por una espectacular Silvia Pinal (la futura Viridiana de Luis Buñuel) y por el propio Pedro. Después rodará a las órdenes de Rogelio A. Fernández Escuela de vagabundos, un exitazo de taquilla y crítica. Inmediatamente ambos ruedan el drama La vida no vale nada, con la que obtuvo, por fin y después de varias nominaciones, el premio Ariel al mejor actor por un trabajo realmente atractivo y logrado que plasma por primera vez en su carrera artística la realidad de un alcohólico dominado por su vicio e incapaz de comprometerse en la vida. Este personaje del errante e huidizo Pablo Galván se alejaba totalmente de los “alegres y simpáticos” borrachos que había ido interpretando a lo largo de su carrera cinematográfica. Además, la maestría de su voz en las ajustadísimas canciones que salpican la cinta supusieron un plus a su, ya de por sí, cuidadosa interpretación. Alegrías y tristezas comienzan a alternarse en su vida, preparando ya el camino a lo que será la tragedia de abril de 1957. Su padre, Delfino Infante muere de un infarto el 17 de marzo de 1955. Y diez días después nace su hija con Irma Dorantes, Irmita Infante Dorantes. Pero todo continúa confabulándose en contra de Pedro. Tras el rodaje de El inocente, en 1955, cumple otro de sus sueños al asociarse con la compañía aérea mercantil TAMSA: a partir de ahora podrá pilotar aviones grandes, ¡por fin! Uno de ellos fue el que lo llevó a la muerte. Mientras descansa en Mérida, le llega la noticia de que el martes 9 de abril la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha anulado su divorcio con María Luisa, resultando nulo su matrimonio con Irma Dorantes, quien, desde México DF le pide que se reúna con ella para comunicarle las noticias. Matouk ruega a Pedro que se quede y deje enfriar un poco el asunto. Pedro se pone en contacto con María Luisa, intenta convencerla, le manda joyas y regalos rogándole que solucionen el problema después de Semana Santa, cuando él tenía previsto regresar a la capital. Sin embargo, María Luisa no puede aguantar más una situación humillante sobrellevada duramente durante años, y el sábado 13 de abril le lanza un ultimátum: “Estoy dispuesta a todo para resolver el problema de una buena vez”. Pedro se inquieta enormemente y se ve forzado a regresar a Ciudad de México antes de lo previsto para intentar solucionar el asunto con María Luisa, a la que guardaba un profundo afecto por cuanto lo había ayudado y querido en sus comienzos pero hacia la que ya no profesaba el amor que le tuvo por entonces, según confesó a sus más íntimos. También Irma lo apremia a que vaya a hablar con ella. Años después, Irma confesaría sentirse culpable por haber, de alguna manera, obligado a Pedro con sus ruegos a adelantar su vuelta a la capital. El lunes 15 de abril, lunes de la Semana Santa de 1957, Pedro llega conduciendo su motocicleta a los hangares de la TAMSA a las 6:45 de la mañana. Al no poder encontrar plaza como pasajero en ningún vuelo, el Comandante Cruz había optado por pilotar un avión de carga de TAMSA acompañado a los mandos por el que había sido su instructor de vuelo, Víctor Manuel Vidal Lorca, y por un mecánico, Marcial Bautista. Le había pedido al copiloto Gerardo de la Torre que le cediera su puesto en el vuelo de transporte de mercancías que la empresa había programado para esa mañana. Mientras espera a que los mecánicos revisen el aparato, bromea con varios empleados, y les invita a unos refrescos. El ex­-bombardero de la Segunda Guerra Mundial B24, matrícula XA-KUN, transportaba pescado y telas, entre otras cosas. El Comandante Cruz, ya a los mandos del avión, pide permiso a la torre de control para despegar. Le es concedido, acelera el aparato y al elevarse los mecánicos de tierra constatan que la nave se bambolea, pero desde la cabina se notifica “Sin novedades”, y el avión continúa su ascenso. Otro bamboleo anormal sacude de nuevo el aparato. El exceso de peso de la carga y una distribución inadecuada del mismo, como constató antes de partir el propio Vidal, hacen, al parecer, que el aparato sea incapaz de tomar la altura adecuada. Un titular de un periódico de la época refleja lo que tuvieron que ser los últimos y desesperantes momentos de estos tres hombres dentro de aquella terrible máquina devastadora: PEDRO INFANTE CARBONIZADO. CÓMO FUE LA TRAGEDIA!! ANGUSTIOSO INTENTO DE ATERRIZAR: RELATO CRISPANTE DE LOS TESTIGOS (Periódico abc) Los tripulantes tratan de aligerar el peso arrojando carga, pero el aparato sigue sin responder. La última comunicación que se graba en la torre de control proveniente del avión recoge la voz angustiada del mecánico, totalmente presa del pánico, que grita desesperado: “¿¿¿¿...QUÉ PASA...????”. Pero el avión no puede elevarse y cae a las 8 de la mañana panza arriba, broma macabra del destino, en el patio de una tienda llamada “Socorro”, incendiándose al momento en una enorme y dantesca columna de fuego y humo que se podía divisar a kilómetros de distancia. El avión se llevó por delante a dos jóvenes que estaban en tierra, y, por supuesto, a los tres tripulantes, que fueron encontrados carbonizados entre una maraña de hierros humeantes dispersos a varios metros a la redonda. Se reconoció el cadáver de Pedro solamente gracias a la esclava de oro que luce en la muñeca derecha en muchas de sus fotos informales, y que llevaba su nombre: Pedro Infante. Los periódicos, las emisoras de radio, el boca a boca transmitieron la noticia y el país se paralizó. Los titulares de los noticiosos lo repetían sin atreverse casi a ser mensajeros de tan aciaga nueva: la noticia cayó como una bomba entre el pueblo mexicano, que se quedó completamente devastado en su ánimo. Nadie podía creerlo: Pedro Infante había muerto. El sol se apagó para todo un país primero y para todo un continente después que se despertó sin el brillo esplendoroso de su estrella mariachi más rutilante, el gran Pedro Infante, el ídolo tan querido. Se decretó un día de luto nacional, y miles de personas acudieron a su entierro y lloraron con él y por él. El escuadrón de motoristas, su escuadrón, le rindió honores y guardia, y lo escoltó al Panteón Jardín donde se cumplieron dos de sus sueños, como había dejado dicho en más de una ocasión: “Me gustaría morir volando, compadre, y que me entierren con música”. Y así se hizo: murió como los pájaros, con las alas abiertas, y hubo mariachis en su entierro, y la gente coreó sus canciones al tiempo que le lloraba. Se cumplió así lo que rogaba en una canción premonitoria que puede entenderse enteramente como una especie de testamento de últimas voluntades de Pedro Infante. Fue grabada en una de sus últimas sesiones en el estudio, concretamente el 30 de junio de 1956, apenas 10 meses antes de su muerte. Se titula Guitarras, lloren, guitarras, su autor es Cuco Sánchez, compositor de muchos éxitos de Pedro. Dice así: Guitarras, lloren, guitarras. Violines, lloren igual. No dejen que yo me vaya con el silencio de su cantar. Gritemos a pecho abierto un canto que haga temblar al mundo, que es el gran puerto donde unos llegan y otros se van. Ahora me toca a mí dejarlas, ahora me toca a mí marchar. Guitarras, lloren, guitarras, que ahí queda lleno de amor, prendido de cada cuerda, llorando a mares, mi corazón. Guitarras, lloren, guitarras. Y así, a mares lloraron las guitarras y los violines que tocaron en su funeral, y también todos sus amigos y sus compañeros de rodaje en las muchas películas que hizo, sus músicos, sus directores y todos sus compatriotas que juntos, en un duelo compartido, quisieron gritar a pecho abierto su dolor para que Pedro Infante no se fuera en silencio. Murió entonces el hombre para este mundo y nació el mito para la eternidad, un mito que a 50 años de su muerte sigue vivo en el corazón y en el espíritu no sólo del país que lo vio nacer, crecer y morir, sino de toda una comunidad hermanada por una misma lengua que ha sido y sigue siendo cautivada por la voz, la mirada, los gestos, las canciones, los personajes y la atrayente personalidad del hombre sencillo, tenaz, profesional, bondadoso e inevitablemente reidor que fue Pedro Infante Cruz, o simplemente Pedro, ¿quién si no? Al pensar en el destino violentamente truncado de este hombre con poco más de 39 años que podía haber proporcionado todavía grandes momentos a sus seguidores y a los que le quisieron, uno no puede menos que intentar justificar este final absurdo recurriendo a uno de los personajes que Pedro interpretó con más acierto en su vida: el inteligente, honrado, generoso, conmovedor y entregado Silvano Treviño Martínez de la Garza. Sus palabras son el mejor homenaje y el mejor final que se pueda encontrar a esta biografía de Pedro Infante Cruz, el Comandante Cruz, Pedrito, don Pedro, Perico, PEDRO, así, con mayúsculas, PEDRO: “No jure contra el tiempo, apá, que es jurar contra Dios. Nadie puede vivir a contrapelo. Usted fue flor, maduró, dio fruto, ya cumplió, apá, no quiera seguir siendo flor que ya no puede. Dios nos da a todos nuestra botella de vida. Unos se la beben a sorbitos, otros a tragos... Usted se la bebió de un tiro, apá, ya no le queda nada”. (No desearás la mujer de tu hijo, 1949) A modo de epílogo quiero incluir unas pequeñas reflexiones personales que me fueron viniendo a la cabeza cuando estaba redactando la última parte de esta biografía de Pedro Infante que acabas de leer. El apartado en el que se relata su muerte en el accidente de avión hizo que recordara estrofas de sus canciones, escenas de sus películas y palabras de su boca que, de modo singular y sorprendente, anunciaban de manera más o menos explícita lo que iba a ser el destino de Pedro. Hablaré ya en primera persona con mis propias palabras y sentimientos, y no con las de Pedro, sobre cómo la Muerte de la que tanto se reía en 1949 lo fue avisando reiteradamente a lo largo de su vida, y cómo al final se cobró la deuda pendiente. En la película episódica Reportaje que varios artistas de la época rodaron conjuntamente y de manera gratuita en 1953 a beneficio de la Asociación de Periodistas, el papel interpretado por Pedro tiene un padre que fallece en un accidente de avión. Y la Muerte, personificada en este padre difunto, da aviso a un sacerdote de que también se va a llevar al hijo, y lo manda a su casa para que arregle sus asuntos con Dios. También su intervención en la película de promoción de su hermano Ángel, Por ellas, aunque mal paguen 1952, viene motivada por un accidente de avioneta que da con Pedro en el rancho del protagonista. Y en Ando volando bajo, una de sus películas a rodar en ese funesto 1957 y que ya estaba en preproducción (y en la que Luis Aguilar se vería obligado a adoptar posteriormente el personaje que había sido escrito para Pedro), hubiera interpretado el papel de piloto. Por cierto: ¿no es terrible el título en sí mismo? Ando volando bajo, que fue exactamente lo que le ocurrió al enorme ataúd de metal de la TAMSA que se llevó a Pedro Infante de este mundo: que volaba bajo y no pudo remontar el vuelo. Otra mueca más de la Dama de la Guadaña, que seguía enseñando los dientes. Echando un vistazo a lo que fueron sus últimos trabajos en ese 1956, parece una broma del destino que algunos de ellos parezcan predecir de manera macabra lo que sería su fin. Pocas veces el personaje interpretado por Pedro en la pantalla llegaba a morir: el alegre sinvergüenza Luis Antonio García fue uno de ellos, el valiente teniente Luis Sandoval de Mexicanos al grito de guerra otro. Y el más impactante por lo que fue su lectura a la vista de lo que ocurrió posteriormente es quizá su entrañable indio Tizoc, que se mataba con la misma flecha que había dado muerte a su amada. Parecía que Pedro daba cerrojazo a su vida, terminándola en su momento cumbre y más exitoso, como deseando quedarse en lo alto y no volver a bajar de allí arriba. En su última película, Escuela de rateros, canta la canción El Volador, que, a pesar de ser de “rico vacilón”, tiene algunas líneas que casi parecen narrar su tragedia final. Transcribo a modo de curiosidad algunas de ellas: No puede salir el sol, la Tierra metió reversa. Primero perdió el control y luego perdió la fuerza [...] Vuela, vuela, vuela por esos planetas. Yo domo ciclones y monto cometas. Si tú eres estrella, yo soy volador. Nos remontaremos pa’ hacerle al amor. Y el sol sigue sin salir, será por las bombas Hachi, y yo tengo que seguir de juerga con el mariachi. ¿Qué más atómicas he de tener, que tus besotes al amanecer? De plano yo ya me voy, y no me dirás que corro. Mi platillo volador es de propulsión a chorro. ¡Ay, cuántas chispas avienta al partir, súbete pronto si quieres venir! ¿Otra vez una burla del destino? Aeronaves, vuelos, devastación, chispas, despedidas, pérdidas de control del aparato volador... Pero, si su avión de la TAMSA no pudo alcanzar el vuelo, este “platillo volador de propulsión a chorro” sí logró esta vez tomar altura y se lo llevó al firmamento de las estrellas voladoras, para que sus seguidores no pudiéramos verlo caer jamás, como él había prometido. Voy a tomarme la osadía de proponer otra curiosidad que puede ser analizada con los ojos entrecerrados y leyendo entre líneas. La última canción que Pedro grabó en su vida, concretamente el 1 de diciembre de 1956 según el cuaderno de bitácora de los técnicos de Peerless fue La cama de piedra, de Cuco Sánchez, el mismo Cuco Sánchez de Guitarras, lloren, guitarras (¿no es curiosa otra vez la casualidad repetida?). Leyéndola con la sesgada visión de lo que fue su muerte y las circunstancias de la misma, el resultado es estremecedor. Por supuesto, no toda la canción refleja la realidad de los hechos vitales acaecidos a este artista, ya que es de temática más cercana a las canciones de la Revolución Mexicana, pero yo no pude sustraerme a relacionar partes de su letra con lo que el propio Pedro había dicho y había vivido a lo largo de su vida. Transcribo la canción y luego propongo mi lectura, insisto, parcial, personal y particular, por supuesto, pero que pretende ser sugerente y que abra una puerta a la reflexión, sobre todo si tenemos en cuenta que es, otra vez, una especie de testamento de Pedro Infante. Tengamos en cuenta que es la canción grabada en su última sesión en un estudio, hecho que no deja de conmover si se piensa fríamente: De piedra ha de ser la cama, de piedra la cabecera. La mujer que a mí me quiera me ha de querer de a de veras. Ay, ay, ay, ay, corazón, ¿por qué no amas? Subí a la sala del crimen, le pregunté al presidente que si es delito quererte... ¡¡¡que me sentencien a muerte!!! Ay, ay, ay, ay, corazón, ¿por qué no amas? El día que a mí me maten que sea de cinco balazos. Y estar cerquita de ti para morir en tus brazos. Ay, ay, ay, ay, corazón, ¿por qué no amas? Por caja quiero un sarape, por cruz mis dobles cananas. Y escriban sobre mi tumba mi último adiós con mil balas. Ay, ay, ay, ay, corazón, ¿por qué no amas? Esa “cama de piedra” bien recuerda a una tumba, ¿verdad? Y ese ruego de que la “mujer que a mí me quiera me ha de querer de a de veras” no puede por menos que llevarnos a la trifulca que se montó entre María Luisa y él a cuenta de su matrimonio con Irma Dorantes, ambas amándole “de a de veras”. Ese “subir a la sala del crimen” casi parece remitir a sus pleitos en los Tribunales, y cuando afirma “si es delito quererte... ¡¡¡que me sentencien a muerte!!!” otra vez parece justificar su muerte debido al amor que sentía por Irma y su deseo de aclarar su situación con ella. También a Pedro “lo mataron”, no con cinco balazos, pero sí fueron cinco los cadáveres esa mañana del 15 de abril, y murió por ir a los brazos de su segunda esposa. Y aunque no lo enterraron en un sarape, sus interpretaciones del charro mexicano sí hicieron que “fuera enterrado” en la memoria de sus seguidores con un sarape, dobles cananas, mi traje de charro, mi sombrero galoneado y mis espuelas de Amozoc, como pregonaba orgulloso en su canción Ojitos morenos 1947. Y en su tumba las mil balas se convirtieron en miles y miles de voces que atronaron el cielo como en una balacera de duelo por el hombre al que “escribían” su “ultimo adiós”. Pedro Infante ha logrado lo que poca gente ha conseguido en su vida: ser querido por multitud de personas que han recibido de él alegrías y satisfacciones y lo ven como un modelo de perfección suma. Pero también hay otra cara de la moneda que no se puede obviar. Lo que no se puede negar es que fue una persona de claroscuros: la imagen amable e impecable que transmitía en sus personajes de la pantalla no se correspondía del todo con la realidad de su vida personal, más llena de desajustes y de comportamientos reprochables moralmente, como se le ha ido criticando por parte de las generaciones posteriores que han crecido con su omnipresente figura en la sociedad mexicana de la última mitad del siglo XX. La única excusa que quizá pueda ofrecerse es que fue un ser humano, un hombre normal y corriente y no un dios ni un ídolo cúmulo de toda perfección, sino un simple mortal con sus defectos y virtudes, como todo el mundo. Su vida privada fue lo que fue, producto y consecuencia de una época donde se toleraban actitudes que hoy, a cincuenta años de su muerte, nos parecen inaceptables y hasta vejatorias. Pero cada época tiene su manera de ver el mundo y cada sociedad vive y piensa condicionada por la realidad en la que está inmersa. Es tremendamente injusto tratar de juzgar el pasado con los ojos del presente. Pero lo que sí ha de reconocérsele a Pedro Infante es que, al menos en lo que respecta a su profesión de cantante y de actor, fue un trabajador incansable, siempre buscando superar retos y probarse a sí mismo sus posibilidades. Cierto e innegable es que fue también un producto de marketing sabiamente dirigido, y que su muerte supuso el gran negocio para aquellos que conservaron los derechos sobre su imagen y su obra. Pero eso es otro asunto. Si Pedro Infante llegó a donde llegó no fue porque se lo regalaran, sino que se preparó para ello con seriedad, constancia y empeño, incluso cuando ya la fama le hubiera permitido conformarse con lo conseguido hasta entonces. Solamente por ello, Pedro ha de ser visto desde una perspectiva respetuosa que no evite la crítica si así fuera necesario (y lo es en muchas de sus películas y canciones) pero que tampoco lo denigre como un mal ejemplo para la sociedad o un exaltador del licor, como se le ha llegado a tildar. Sus personajes en la pantalla o los de las canciones donde cantaba fingiéndose tomado, por ejemplo, son eso mismo, personajes que él fingía y tuvo el acierto (o quizá la desgracia) de hacerlos “simpáticos” al público, pero éste tiene el deber de marcar diferencias, de entender. Hombre y personaje han de diferenciarse siempre, y no es de ley juzgar a uno por las acciones del otro. Con respecto a Pedro, detractores y fanáticos, los dos extremos altamente peligrosos, se enzarzan en discusiones viscerales que no llevan a nada: lo que nos queda hoy de Pedro son sus canciones y sus películas; su vida personal no importa para valorarlo como cantante y como actor. Con el conocimiento de su persona que me ha proporcionado la investigación que he llevado a cabo para redactar esta biografía, estoy segura de que, con esa sonrisa suya grande y sincera, abriendo mucho los ojos y moviendo su mano hacia atrás en ese gesto suyo tan característico para quitarle importancia a las cosas, su respuesta ante las muestras de admiración y cariño que todavía hoy sigue recibiendo hubiera sido la misma que dio en el homenaje a Ismael Rodríguez en 1956 en Televicentro. Así que, para despedirme, voy a cederle la palabra al propio Pedro y que sea él quien termine esta biografía con estas palabras suyas a las que yo me uno y que deseo dirigirte a ti, que me has acompañado en este acercamiento más personal a Pedro Infante: Pues yo creo que la gratitud es una de las cualidades más grandes que debemos tener todos los humanos, ¿verdad? Creo que todos juntos debemos decir [...] MUCHAS GRACIAS En 1955 rueda, entre otras más comerciales y con papeles ajustados a su perfil popular, dos cintas de calidad: La tercera palabra, adaptación de la obra teatral del español exiliado a Argentina Alejandro Casona, y donde su interpretación es realmente meritoria, con un Pedro obligadamente contenido en sus habituales gestos y que sorprende agradablemente en bastantes de sus escenas. Y, aunque no fuera valorada por sus virtudes en su época, realiza El inocente en este mismo año de 1955. La crítica especializada califica actualmente a este filme como uno de sus trabajos más acertados como actor, y que saca a la luz todas las posibilidades cómicas de un histriónico Pedro en uno de sus mejores momentos artísticos. Y este rosario de menciones y premios se culminaría con la concesión del Oso de Plata de Berlín en 1957 al Mejor Actor por su interpretación en Tizoc (Amor indio) 1957, cuando ni siquiera los propios miembros del jurado sabían que lo que estaban concediendo era un premio a título póstumo. Y la prensa extranjera acreditada en Hollywood le concedió también en 1957 el Globo de Oro al mejor actor principal por este papel de Tizoc.

1 comentario:

  1. Es un honor haber leído la historia de un gran Mexicano como lo fue Pedro Infante y toda su familia, que Dios lo tenga en su santa gloria

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